Enemigos íntimos

13.04.2012 13:00

 

La relación íntima de los jóvenes con el alcohol, considerada a menudo como una trasgresión típica de la adolescencia, se está volviendo una calamidad. Las investigaciones dedicadas al tema se intensificaron en los últimos 10 años y comprobaron que el consumo de alcohol en esa etapa de la vida imprime marcas indelebles en el cerebro. Sus efectos potenciales a largo plazo incluyen trastornos de aprendizaje, fallas permanentes de la memoria, dificultades para el autocontrol y ausencia de motivación. Además, el abuso de alcohol en la juventud aumenta cinco veces la propensión al alcoholismo en la adultez.

Los últimos descubrimientos pintan un panorama alarmante. Una de las mayores especialistas en el tema, el psiquiatra norteamericano Aaron White, de la Duke University, dice que no hay tiempo que perder: "Estamos en la misma situación de hace 30 años, cuando se hizo evidente el riesgo que corrían los bebés de embarazadas que ingerían alcohol, y había que advertirles a las futuras madres lo más rápido posible".

Uno de los estudios más completos, e inquietantes, lo condujo la psiquiatra Susan Tapert, de la Universidad de California, Estados Unidos. Tras analizar el cerebro de menores de edad con un historial de consumo etílico, Tapert descubrió en todos ellos un daño variable pero permanente en la región conocida como hipocampo. Esa estructura neuronal es parte del llamado sistema límbico y es responsable de la navegación espacial y la memoria. No es casual que las afecciones degenerativas del cerebro, como el Alzheimer, sean más crueles cuando destruyen las células nerviosas del hipocampo.

"El cerebro adolescente tiene gran plasticidad y, en teoría, podría recuperarse naturalmente de algunos daños provocados por el alcohol. Pero eso necesita ser probado de manera científica", señala Tapert a NOTICIAS.

Los principales descubrimientos realizados hasta ahora muestran que:

• El alcohol puede causar daños en el hipocampo, cuyo desarrollo se acentúa a partir del fin de la adolescencia. Ensayos en cobayos mostraron que el alcohol torna más lentas las neuronas involucradas en la formación de nuevas memorias, lo que puede explicar los lapsus en humanos jóvenes.

• Los adolescentes de 15 a 16 años que se habían embriagado por lo menos 100 veces en la vida tienen reducido el tamaño del hipocampo y dieron peor que sus pares sobrios en tests de memoria.

• El nivel de actividad cerebral durante tests de memoria y atención realizados con resonancia magnética funcional (que mide cambios en los niveles de oxígeno del cerebro) fue menor en adolescentes con antecedentes de borracheras.

• De los adultos que comienzan a beber antes de los 14 años, el 47 por ciento se vuelve dependiente. Pero entre quienes inician el consumo a partir de los 21 años, la proporción de los que desarrollan dependencia desciende al 9 por ciento.

Dos factores en especial llaman la atención de los investigadores y vuelven más sombrío el escenario. El inicio del abuso se está dando a edades más tempranas. En la Argentina, los expertos denuncian que existen consumidores frecuentes de 12 años. En la provincia de Buenos Aires, el 31 por ciento de los jóvenes de 16 a 25 años toman alcohol en exceso, que, a su vez, es responsable de casi una de cada tres muertes entre los 15 y 24 años.

Otro factor que preocupa es que los jóvenes están adoptando como hábito beber de manera exagerada, y no sólo los fines de semana. Esa práctica, descripta en inglés como "binge drinking", expone no sólo a daños neurológicos en el largo plazo sino también a complicaciones más inmediatas, como accidentes de tránsito, violencia sexual y sexo sin protección.

Gravedad. Cualquiera que circule por lugares donde los adolescentes acostumbran reunirse para beber, percibe la gravedad de la situación. Aunque la venta a menores de 18 años está prohibida, ninguno tiene obstáculos reales para entregarse a los influjos etílicos en la propia casa, estaciones de servicio, bares cercanos a escuelas, clubes y ni que decir fiestas. Hay bebidas clásicas para la "previa", como cerveza, vino y fernet con cola, y tragos más elaborados para acompañar la música: vodka con jugos o con bebidas energizantes, gin tonic, margarita (tequila, limón y azúcar), o daikiris (jugos con ron). El sabor dulce enmascara el tenor alcohólico y facilita la ingestión de quienes empiezan a beber. "Todos toman. Es un fenómeno multisocial. Y lo que más llama la atención es que ahora las chicas beben a la par de los varones", señala Marcos Fretes, de 25 años.

Una de las mayores amenazas es el mix de las bebidas con la conducción de vehículos. La llegada de las Fiestas aviva el drama. En los Estados Unidos, el 47 por ciento de las muertes de tránsito ocurridas en la noche de Navidad se relacionan con el consumo de alcohol, por encima de la media de los días comunes (39%). En el Año Nuevo, esa proporción puede saltar a casi el 70 por ciento. El alcohol empieza a afectar la habilidad de los conductores a partir de una concentración en sangre que está bien por debajo de los 0,5 gramos por litro, que es el límite legal en la Argentina (ver infografía pág. 92).

 

La dificultad para entender el peligro del vínculo entre beber y conducir es típica de la adolescencia. Mapeos cerebrales muestran que las estructuras responsables por el control de los impulsos, y que ayudan a distinguir lo correcto de lo equivocado, todavía no están formadas por completo. Por lo tanto, el joven no está en condiciones de ponderar las consecuencias de sus actos. "En la adolescencia ocurren una serie de transformaciones que producen confusión. Es normal y está bien. Pero si en la confusión entran a tallar el alcohol y las drogas, todo se vuelve más difícil", sostiene la psicóloga brasileña Ilana Pinsky, de la Universidad Federal de San Pablo (Unifesp).

Etapas. No hay forma de definir el momento exacto en que comienza y termina la adolescencia. Se sabe que sus albores se ubican entre los 7 y 11 años, cuando crecen ciertas áreas cerebrales ligadas al lenguaje. La transformación mayor, sin embargo, ocurre hacia los 18 años y puede avanzar hasta los 25, cuando la corteza prefrontal madura, consolidando un sentido de la responsabilidad que por lo general falta en los adolescentes. Los científicos aseguran que ese largo período de desarrollo del cerebro puede explicar algunos comportamientos típicos en esa franja de edad, como la búsqueda de situaciones nuevas y potencialmente peligrosas, como experimentar con el alcohol y otras drogas.

En el caso del alcohol, por lo general el primer contacto se da en la casa y con la anuencia de la familia, por lo que el problema se torna particularmente difícil de enfrentar. El hecho de que al alcohol sea una droga legalizada genera malentendidos en los padres. El psiquiatra Dartiu Xavier da Silveira, especialista en adolescentes adictos de la Unifesp, afirma que "existe una gran preocupación de la sociedad en torno de las drogas ilícitas, pero un descuido completo respecto de las que son legales". Da Silveira ya se acostumbró a ver padres desesperados cuando descubren que sus hijos consumen marihuana. "Cuando uno los visita, el chico fuma marihuana una vez al mes, pero tiene un hermano que bebe tres veces por semana, y los padres no están ahí. La cuestión no es el estatus legal de la sustancia, sino su patrón de uso", afirma.

Los especialistas advierten que el ejemplo de la familia es decisivo para definir la relación de los hijos con el alcohol. "Los padres tienen que estar atentos a la manera en que beben delante de sus hijos", advierte Tapert. También deben informarlos sobre los riesgos del consumo antes de los 21 años, apoyarlos, imponerles límites, controlar con quiénes andan, conversar con ellos.

Clamor. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera el alcohol un problema de salud pública y, como tal, es preciso enfrentarlo a partir de la formulación de políticas gubernamentales. La OMS sugiere que algunos países adopten una política inspirada en el control del tabaco, incluyendo la prohibición total de la publicidad de bebidas, lo que reduciría un tercio los accidentes fatales de tránsito.

Pero aunque la ciencia muestre la necesidad de tomar medidas urgentes contra el abuso del alcohol en la adolescencia, el alerta todavía no se transformó en un clamor social. "Por lo general existe un intervalo de 20 ó 30 años entre lo que la ciencia establece y lo que las personas pasan a practicar. Fue así, por ejemplo, en las enfermedades circulatorias", puntualiza el psiquiatra Da Silveira. Hasta que llegue el momento, sigue en vigencia la regla de oro: que los menores no beban alcohol. Y si lo hacen, que sea poco y sólo en contadas ocasiones.